El cultivo del bonsái, al igual que otras artes japonesas tales como la ceremonia del té o el arreglo floral (Ikebana), es considerado una práctica con claras influencias Zen. La combinación de elementos naturales, supeditados al control del hombre, evocan la meditación sobre muchos aspectos de la vida y la mutabilidad de las cosas. Un artista del bonsái trata de representar un patrón triangular, el cual proporciona balance visual y expresa la relación compartida por un principio universal, que gobierna la energía de la vida o deidad, del artista y del árbol. Acorde a la tradición, tres virtudes básicas Shin-Zen-Bi (empleados como verdad, bondad y belleza) son necesarios para crear un bonsái.

La expresión “cielo y tierra en una maceta” se refiere al hecho de que el bonsái con su tiesto y sustrato, es una entidad separada completa por ella misma, desde el momento en el que sus raíces no están plantadas en el suelo, formando parte de la naturaleza. Un bonsái siempre se planta fuera del centro de su maceta, debido a que éste simboliza el punto en el cual el cielo y la tierra se reúnen y no debe ser ocupado.

Los bonsáis tratan de acercar aquellos árboles enanos y retorcidos que crecen en cortados rocosos y acantilados. Por otro lado, lo que más valoran los japoneses en un bonsái son la apariencia del tronco (tachiagari), sus raíces expuestas (nebari) y la ramificación, elementos todos ellos, que en conjunto, expresan el concepto estético de Wabi-Sabi (nada permanece, se acaba o es perfecto). Por ello, el bonsái no trata de hacer una réplica exacta de un árbol creciendo en la naturaleza, sino que expresa un sentido estético personal y filosófico, mediante la manipulación de una planta, que trata de evocar su esencia espiritual, sin que en ella se aprecie la intervención de la mano del hombre.

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