Es justo reconocer las influencias que han podido tener ciertas personas en el camino que hayamos decido tomar. Es por ello a veces necesario aprovechar la ocasión para recordar los inicios y considerar que cosas marcaron un antes y un después en nuestro devenir. En mi caso la naturaleza y el respeto hacia ella siempre han estado muy presentes en mi vida, con lo que el descubrimiento del mundo del bonsái fue más bien una cuestión de tiempo. Por aquella época no era muy habitual ver buenos ejemplares de bonsái, que se aproximaran algo al nivel de los árboles japoneses, pero algunos dejaron huella en mí al contemplarlos. De esa época recuerdo las fotos de algunos buenos bonsáis, que despertaron la gran pasión que hoy profeso por este Arte y, sin duda, muy especialmente me vienen a la mente los olivos de Erasmo García. Esos ejemplares tenían algo ciertamente indescriptible y era innegable que sentías algo muy profundo dentro de ti cuando los observabas. Fueron esas imágenes las que me sirvieron para adquirir un gusto especial por los acebuches (Olea sylvestris) y especialmente por la variedad mallorquina de troncos tortuosos, corteza abotonada, madera imposible y hoja reducidísima. No por casualidad todos estos atributos siempre se han apreciado en bonsái, al proporcionar carácter a cada espécimen y dotarles de un aspecto de gran vejez.

Los japoneses valoran mucho los bonsáis que tienen mochikomi, es decir, que han madurado y conseguido envejecer dentro de una maceta, pues esa apariencia no se puede imitar con ninguna técnica y no queda más remedio que dejar pasar el tiempo. Y si hablamos de mochikomi con especies propias de nuestro territorio, el círculo de personas que pueden decir que han conseguido crear obras de esa índole, tras muchos años de cultivo y cuidados de un bonsái se reduce muchísimo. Traerse un árbol de Japón con estas características dependerá de la suma de dinero que estemos dispuestos a pagar, pero esa es otra historia muy distinta.

Si tenemos en cuenta todo lo dicho hasta ahora no podemos evitar hablar de Erasmo y sus olivos. Algunos de los mejores ejemplares de esta especie han sido formados por él y visitar su jardín de bonsáis siempre ha deparado sorpresas y buenos recuerdos. Yo he tenido y sigo teniendo algunos árboles suyos, porque cuando buscas olivos con alma generalmente acabas en casa de Erasmo. Gran parte del conocimiento de esta especie en bonsái, así como las técnicas más adecuadas para su modelado y formación se las debemos a él. El acebuche en bonsái es una especie muy apreciada porque tiene todo lo que un buen ejemplar ha de poseer, para considerarse de calidad (movimiento, madera, corteza, hoja pequeña, responde muy bien a los trabajos e incluso se puede llegar a disfrutar de sus flores y frutos).

Aprovecharé la ocasión para recordar aquí una frase de esas que demuestran gran sabiduría, citada por Erasmo en mi última visita con motivo de la «adopción» de uno de sus emblemáticos «hijos» y que se me ha quedado grabada en el subconsciente:

Noboru Kaneko, uno de los mejores maestros de bonsái de Japón, siempre decía que los árboles nos eligen para que los cuidemos y a ti te ha elegido «El Dragón»… Espero que tengáis una gran relación juntos, como yo la he tenido…

Así pues, sirva como homenaje esta breve entrada para agradecer todo lo que sobre esta versátil especie nos ha aportado uno de los padres del bonsái español… Y como una imagen vale más que mil palabras, a continuación os dejo una galería de algunas de las impresionantes obras con las que nos ha regalado la vista este gran maestro (Fotografías © Erasmo García):

Por si todo lo dicho anteriormente fuera poco, el año pasado uno de los bonsáis de Erasmo viajó como presente de los reyes de España a los Emperadores de Japón:

Gracias, Erasmo.